"He
visto una ciudad
una
avenida
una
calle inundada de cantos
de
poemas sonando como bocinas de carros".
Poema sin límites de velocidad.
Carlos
Oliva
Hace casi cien años en una revista
peruana se publicó por entregas semanales una obra colectiva: La novela limeña [1920], cuyo escenario
principal era la urbe capitalina. En el primer capítulo el autor inaugural,
José Gálvez, escribió: "Cuando el
auto pasó por la Merced, las campanas del templo se echaban a vuelo en
desatentado repique y el repetido llamamiento de los bronces trajo a Juan
Antonio, ese día desorbitado y nervioso, la visión de Lima antigua...".
Semanas después otro de los autores, bajo el seudónimo 'Juan de Zavaleta', al
presentar sus descripciones se dejó también inspirar por el contrapeso que los
ruidos modernos parecían traer a cierto sosiego citadino en extinción: "El automóvil que conducía a las dos
amigas runruneaba alegremente, saltando sobre el empedrado de la Alameda de los
Descalzos. A un lado de la Alameda, toda una larga serie de casas chatas y
polvorientas, pintadas de colores chillones ---azul índigo, rojo vivo, amarillo
claro--- mostraba sus puertas anchas, sus patios empedrados, sus ventanas
enrejadas y sus balconcillos floridos. Al otro lado, el paseo enseñaba la
frescura de sus sauces y ficus mal podados, y la blancura marmórea de las
estatuas que el descuido y la mano torpe de los chicuelos habían
implacablemente mutilado. Al fondo, el convento, grueso paredón adosado al
cerro y provisto de una torrecilla cuyo esquilón tañía incesantemente, completa
el decorado. Diríase un rincón aldeano, todo paz y sosiego, un paisaje de la
Lima, lánguida y colonial, si el intermitente piteo de una fábrica cercana y
los campanillazos de los tranvías eléctricos no hubieran roto la ilusión
instantánea"; eso, como una ilusión instantánea, es decir, como un
instante de engaño óptico, intentaba presentar el novelista esa sensación
ensoñadora del limeño que suspira imaginando tiempos pasados, aunque
coloniales, mejores; a pesar de que hace un siglo, el ruido del tráfico diario
se reducía al paso de un automóvil sobre una callecita empedrada y al
estridente cencerro ---por utilizar un termino bucólico--- de un moderno
tranvía. Completaban la bulla urbana apenas los pitos de las fábricas.
[...]
[...]
Fuente de la imagen: http://www.protransporte.gob.pe/
Ver artículo completo en mi columna URBES TEXTUALES en:
OTROLUNES - Revista Hispanoamericana de Cultura, nr. 52, (setiembre 2019), Año 13.