"À côté des fourmis, les
populations"
Alfred
de Vigny
Contemplar la ciudad de Lima desde el
mirador ubicado en la cima del Cerro San Cristóbal es una experiencia que
empapa nuestros cinco sentidos de impresiones únicas e inenarrables. La vista
ofrece un color arena, secundado de un celestial gris, como si toda la capital
estuviera cubierta de un fina capa de polvo. Un ligero e imperceptible olor a
basural incinerándose contribuye también a esa invasión que sufren hasta los
olfatos menos refinados. Si uno va comentando algo mientras observa la
metrópoli anónima, la lengua parece llenarse de un fino talco que suele no ser
otra cosa que tierra muerta levantada por una ligera brisa. Las uñas de las
manos pueden llegar a negrearse sin haber tocado carbón alguno, tal vez a raíz
del smog que, sumado a la humedad, se pegotea por todos lados. Lo menos
perceptible resulta ser, sin embargo, eso que le da el toque de urbe
inconmensurable e inasible a tamaña región cosmopolita como es Lima: su ruido.
Es un ruido sordo que se oye allá arriba, si uno cierra los ojos y se percata.
Llega como de muy lejos y, no obstante, se siente cerca. Es una bulla urbana
que uno se imagina posible en aglomeraciones de millones de gentes en su
cotidiano quehacer. Es un rumor salido de multitudes interactuando y que
comprende bocinazos, motores, silbatos de policía de tránsito, campanillas de
camión de la basura, ajetreo comercial, muchedumbres haciendo ruido con el
choque de sus zapatos contra las aceras, o con su simple conversación
callejera; en pocas palabras, es el ruido de un hormiguear de gentes. Sobre
todo es aquel runrún de hormigas humanas lo que produce un estremecimiento que
colinda con el vértigo.
[...]
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Al fondo: Cerro San Cristóbal, Lima |
Ver texto completo en mi columna URBES TEXTUALES: OTROLUNES - Revista Hispanoamericana de Cultura, Nr. 48, noviembre 2018, Año 12.
También publicado en: URBES TEXTUALES (München, 2023; 84 págs / ISBN 978-3-758432262.