Los cisnes cuello blanco
Nunca me tragué el final
del cuento de Hansel y Gretel. Que los dos niños se fueron volando a lomo de
cisne hasta casa y todos fueron muy felices, había sido siempre para mí un
final demasiado tirado de los pelos. Cuando era aún pequeña y no había visto un
cisne en mi vida, yo creía —por
categorización mental, o inercia cognitiva— que esas hermosas aves eran solo poco más grandes
que un pato. Siendo así, no imaginaba que dos cisnes pudieran lo que se dice
'volar' alto —como los patos grandes y
regordetes que había visto alzar vuelo con muchísimo esfuerzo en tierras
iqueñas—, si encima tuvieran que llevar dos niños a
cuestas. Hasta que un día, cuando ya era joven y no hacía mucho que acababa de
instalarme en Múnich, experimenté una visión casi de cuento. Mientras estaba
con la mirada perdida en dirección al tráfico de la avenida que se veía desde
la ventana de mi piso, me distrajeron de ese ensimismamiento dos cisnes blancos
que atravesaban el firmamento dando la impresión de que solo raspando irían a
superar el edificio de cuatro pisos en el que me encontraba, o que se
estrellarían contra él. Nada de eso ocurrió. Entonces me convencí, de la noche
a la mañana, de que los cisnes sí podían ser tranquilamente héroes de historias
imposibles.
.... Seguir leyendo en mi columna BESTIARIO PERSONAL, en OTROLUNES - Revista Hispanoamericana de Cultura, nr 45, feb 2017, año 11