Plano literario de Múnich, 1


El Cementerio del Norte, o Nordfriedhof

Es raro pensar que un cementerio pueda ser el marco perfecto para inclinarse hacia el deseo de renacer, de huir de lo cotidiano, para empezar de nuevo o darse a la aventura de un viaje por lugares lejanos y exóticos. Así fue, no obstante, el detalle impulsador de la trama de la famosa novela de Thomas Mann: "La muerte en Venecia". Cuando en sus primeras páginas vemos al escritor protagonista, Gustav von Aschenbach, a las puertas del Cementerio del Norte, nos cuesta imaginar que en el marco de un lugar de descanso para los difuntos la sola visión de un desconocido con aspecto de viajero pudiera inspirarle una serie de sentimientos remotos. Ni el mismo narrador lo comprende, ni justifica, pues sólo nos comenta a los lectores que puede haber sido una influencia física o espiritual, la que desatara en Aschenbach un repentino presagio de muerte que a su vez le inspiraría esas ansias juveniles hacia lo lejano y lo aventurero, y que lo terminaría llevando a Venecia.
Lo cierto es que los cementerios de Múnich siguen siendo hoy en día lugares abiertos, que semejan parques públicos, con jardines bien cuidados, por los que es agradable dar un paseo. Al igual que en los tiempos de Thomas Mann frente a la entrada principal del Nordfriedhof parece alzarse otro cementerio debido a la abundancia de negocios de lápidas; y a diferencia de su tiempo, hoy pueden conseguirse las velas para difuntos en máquinas automáticas a cambio de un par de euros. El actual Cementerio del Norte es uno de los más grandes de la ciudad y bien puede considerarse un sitio de visita obligado para los lectores de Mann, si se está de paso por aquí. Se puede llegar a él en ocho minutos con el metro desde el centro histórico. La parte exterior del edificio de la entrada al camposanto, donde se halla la Sala de los Responsos, es descrito, con breves variantes, en la mencionada novela, cuyo fragmento a continuación transcribo:


" ...se quedó junto al Cementerio del Norte esperando el tranvía, que le llevaría de nuevo a la ciudad, en línea recta. No había nadie, cosa extraña, ni en la parada del tranvía ni en sus alrededores. Ni por la calle de Ungerer, en la cual los rieles solitarios se tendían hacia Schwalimg. Ni por la carretera de Foehring se veía venir coche ninguno. Detrás de las verjas de los marmolistas, ante los cuales las cruces, lápidas y monumentos expuestos a la venta formaban un segundo cementerio, no se movía nada. El bizantino pórtico del cementerio se erguía silencioso, brillando al resplandor del día expirante.
Además de las cruces griegas y los signos hieráticos pintados en colores claros, veíanse en el pórtico inscripciones en letras doradas, ordenadas simétricamente, que se referían a la otra vida, tales como 'Entráis en la morada de Dios' o 'Que la luz eterna os ilumine'. Aschenbach se entretuvo durante algunos minutos leyendo las inscripciones y dejando que su mirada ideal se perdiese en el misticismo de que estaba penetrada, cuando de pronto, saliendo de su ensueño, advirtió en el pórtico, entre las dos bestias apocalípticas que vigilaban la escalera de piedra, a un hombre de aspecto nada vulgar que dio a sus pensamientos una dirección totalmente distinta.[...] Era sencillamente deseo de viajar; deseo tan violento como un verdadero ataque, y tan intenso, que llegaba a producirle visiones."

(De: "Muerte en Venecia", Oveja Negra/Seix Barral, 1993 - "Der Tod in Venedig", [1912] Thomas Mann).