
Releyendo a Hans Magnus Enzensberger

Rosario Ponce y la literatura

La novela de Heinrich Böll – donde el narrador omnisciente nos dice que Katharina es inocente – mantiene una asociación opuesta en relación al honor perdido de Rosario Ponce, puesto que para el caso de la joven peruana no hay una voz – ningún narrador omnisciente – por encima del discurso directo de la prensa que nos convenza de su inocencia y apueste por su dignidad. Todas las constelaciones de personajes al alrededor de los protagonistas que acompañan la truculenta historia de Rosario Ponce tienen fe en la voz de la Fiscalía, que cual narrador omnisciente se pronunciará muy pronto. La novela de Böll cuenta el desdichado destino de Katharina Blum, una joven trabajadora que ha logrado salir adelante en la vida con mucho esfuerzo, a pesar de su triste infancia y un no menos desafortunado divorcio. La vida de la joven se arruina cuando en una de las tantas fiestas que se dan durante el famoso carnaval de Colonia, ella entabla conversación con un hombre, guapo y atractivo, para terminar enamorándose de él y llevándolo a su departamento a que pase la noche con ella. En la mañana es despertada por tropas especiales de la policía que irrumpen en su hogar buscando a dicho sujeto, que entonces ya ha abandonado el sitio, por ser supuestamente un delincuente de alta peligrosidad, acusado de robo y asesinato. De esa manera Katharina Blum se ve envuelta en una historia de la que ya no puede salir debido al acoso de la prensa amarilla, que va tejiendo su supuesta complicidad con el buscado por la policía a través de titulares morbosos, a base de mentiras y declaraciones trasgirversadas, sobre todo a cargo de un periodista de la más baja moral y sin ética, a quien ella termina asesinando de un balazo y yendo por ello a la cárcel.

Es aquí donde recuerdo otro gran libro de la literatura alemana: Justiz (1985) de Friedrich Dürrenmatt. Una novelita negra, un Krimi, que viene bien al caso, puesto que me hace pensar en la posibilidad latente de que a Rosario Ponce gracias a la Justicia[2] – vista como cuerpo de leyes y sus prácticas – se le pueda, o no, frente a su reclamada dignidad perdida, hacer justicia[3] – valor cultural de la sociedad, lo justo. Esta novela trata del caso de un estudiante de Derecho que recibe la oferta de un profesor de su Facultad para llevar un caso judicial extraordinario: el de probar en base a las leyes existentes la inocencia de un hombre, el mismo profesor, quien asesina de un balazo a una persona delante de testigos. El astuto estudiante logra probar la inocencia del asesino gracias a su eficiente dominio de los códigos y leyes, lo cual despierta finalmente en los lectores una serie de reflexiones éticas en torno a las leyes y a lo verdaderamente justo.

Y entonces cabría preguntarse, a propósito de este último punto, si es justo o no, que se tome a mal que Rosario Ponce incurra en el campo de las letras para escribir sus propias Memorias del Colca, o como quiera titular su testimonio. No hallo respuesta, se me vuelven a abrir más asociaciones con otros libros hasta detenerme en el del futbolista alemán, Phillip Lahm, 27 años de edad, un deportista encantador que hace poco se animó a encargarle a un literato la escritura y edición de sus memorias: Der feine Unterschied. Wie man heute Spitzenfußballer wird[4] (2011), quizás con el único disimulado fin de desmentir rumores de la instigadora prensa en torno a su supuesta homosexualidad. El libro se ha vendido mal que bien, aunque después de su lectura no le conste a nadie que el futbolista patee, o no, con los dos pies.
En conclusión, inocente, o sólo cómplice dolosa, Rosario Ponce ya no podrá escapar del personaje infraliterario y pedrocamachero que se ha hecho de su persona, o en el que ella misma está a punto de convertirse por su propio puño.
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El grandioso teatro comprometido de Humberto Robles

Recordando a Carlos Eduardo Zavaleta
Vida y obra de Mario Vargas Llosa
Las eternas enseñanzas de Luis Jaime

Las anécdotas de y con el profesor Luis Jaime Cisneros, que todos los que fuimos alumnos y alumnas suyos hemos rememorado en estos días a causa de su triste partida, podrían llenar miles de hojas de un grueso cuaderno In memoriam. Yo creo que quienes conocimos al maestro Luis Jaime lo recordaremos siempre con gratitud por ese preciso momento en que en nuestras vidas se atrevió a dejar una marquita, una pequeña huella que sólo los abnegados forjadores logran hacer y que provocan un giro en el camino de nuestras existencias, para bien. Y es que fue justamente su faceta como docente lo que yo más admiré de su persona: esa entereza que hasta los últimos momentos de su vida lo llevó a no desfallecer en la noble tarea para la que vino al mundo.
Cuando hace algunos años encontré en mi buzón de correos un sobre con el borde blanquirojo del correo peruano y con una rotulación hecha a máquina de escribir, cuál no sería mi sorpresa al abrir la carta y confirmar que el remitente que anunciaba el sobre era la voz de mi profesor de antaño en la Católica, Luis Jaime Cisneros, en puño y letra. Hasta aquí me habían seguido en feliz reencuentro luego de mucho tiempo – con motivo de la publicación de mi primer libro – su voz alentadora y sobretodo consejera, además de su confianza de amigo, capaz de compartir los recuerdos que esta hermosa ciudad de Múnich le traían y sus últimos proyectos de publicación e inquietudes.
Ese fluido intercambio epistolar ya no podrá concretizarse ninguna vez más, a partir de ahora, en su consabido rito de un encuentro anual en la biblioteca de su casa en Miraflores, allá en mi lejana Lima. Por suerte, en el tiempo eternizado de sus enseñanzas lo veré una y otra vez, maestro Luis Jaime. ¡Hasta siempre!.
A cien años del nacimiento de José María Arguedas
